
• ¿Qué significa la literatura para vos? ¿Qué rol cumple en una sociedad?
La literatura es ponerse a mirar un día de otoño. Es lo que permite que nos detengamos, que los ojos no nos pierdan la perplejidad. Cumple la función de hacer girar los planetas.
• En “Como si existiese el perdón” se respira el estilo de la literatura latinoamericana clásica ¿Cómo influyó esa corriente en tu escritura? ¿Alguna de esas obras te marcó como lectora?
Sí, fui muy lectora de literatura latinoamericana. Y lo sigo siendo. Ahora que me preguntás, me viene un recuerdo, a la cabeza. Yo tenía catorce años cuando mi madre apareció en casa con un ejemplar de La casa verde, de Vargas Llosa: una hermosa edición de Seix Barral, que todavía conservo, con los subrayados de entonces. Me acuerdo la fascinación que me produjo, incluso a nivel físico, la sintaxis de ese libro. No me alcanzaban los ojos. Yo venía de otras lecturas: Dickens, Hemingway, Poe, Verne. Ese libro inauguró una larga etapa de nuevas lecturas, enfocadas en la literatura latinoamericana. Después de La casa verde, fue el turno de Cien años de soledad, texto que leí con la misma fruición, con el mismo detenimiento, el lápiz en la mano, fascinada. También conservo ese ejemplar, de Sudamericana, con mis deslumbramientos de entonces, subrayados a lápiz. Y me acuerdo de reírme a carcajadas con Pantaleón y las visitadoras o de leer en un puro silencio Conversación en la catedral o de quedar absorta con lo que hacía Rulfo con la lengua. Fue una etapa de lecturas que tuvo mucho de descubrimiento para mí. Lo que no es tan fácil de responder es cómo influyen las lecturas en la escritura de un texto determinado. No siempre es fácil identificar, mientras escribimos, de dónde nos estamos sirviendo. Yo creo que tenemos, en la cabeza, un gran murmullo, un conjunto de gramáticas acumuladas con el tiempo, ese acervo de sonidos que alguna vez escuchamos, imágenes fragmentarias, un recuerdo partido, voces, la cadencia de un poema, las distintas lecturas. Creo que todo eso compone un archivo icónico y sonoro que queda ahí, a disposición, para cuando te sentás a escribir.

• El lenguaje que utilizas, la forma de hablar de los personajes definitivamente le da su propia impronta al libro. ¿Cómo fue ese trabajo de construcción de los personajes a través de la forma en que se comunican?
Para serte completamente honesta, no tengo la más remota idea. La voz de Manoel se me apareció sobre el papel, una noche, en unas vacaciones, en el nordeste de Brasil. Yo había ido a una fiesta popular, en un pueblo cercano, y en un momento me desvié, por alguna razón, y aparecí en una calle completamente desconocida. Vi a unos hombres, en ronda, que cantaban con unas voces de ensueño: era difícil no detenerse. Cantaban sobre una vereda estrecha, en la puerta de una especie de templo: era un recinto pequeño, con piso de tierra. En ese recinto había un cajón y unos pocos hombres, descalzos, alrededor del cajón. Esa noche, cuando volví a la casa que alquilaba, escribí el primer capítulo. Pensé que había empezado un cuento. Quise seguirlo, al día siguiente, y no pude. Y lo intenté mil veces más, y tampoco pude. Me pasé más de dos años abriendo y cerrando ese archivo que había escrito en Brasil: no le encontraba ningún sentido, no podía seguirle la cadencia. Y esto se mantuvo así, invariable, durante más de dos años, hasta una mañana de abril, en que terminaba de corregir un cuento, volví a abrirlo y ya no pude dejarlo. Seguí escribiendo, todo el año, de la mano de esa voz, sobre la cadencia de esa voz. Creo que me impuse respetar esa gramática que se me había aparecido en el papel unos años atrás. Me obligaba a releer todo lo que llevaba escrito cada vez que quería agregar una escena. No quería perderle el rastro a esa voz. Cuando lo terminé de escribir, lo podía recitar casi entero de memoria. Mientras lo escribía, se me venían a la cabeza unos versos de Elegía a Ramón Sijé. Eran un taladro: Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera / y desamordazarte y regresarte.
• ¿Qué diferencias encontraste en el proceso de escritura de “Cenizas de carnaval” (libro de relatos cortos) y “Como si existiese el perdón” (novela)? ¿Te planteas desde un principio qué tipo de texto vas a escribir o va tomando forma mientras se escribe?
En general, escribo a tientas. Es muy raro que sepa hacia dónde voy. Suelo partir de una imagen, o de una frase, y voy tirando del hilo. Es lo que más me atrae del proceso de escritura: esa dimensión de descubrimiento, la deriva en el lenguaje, la posibilidad de que algo irrumpa.
• Tenes un estilo muy particular, poético, casi musical, creas a partir del lenguaje una ambientación de ensueño. ¿Cómo lo fuiste desarrollando? ¿El estilo está siempre en movimiento o es una impronta del escritor?
Yo supongo que esas cosas surgen, como te decía antes, de una especie de murmullo que todos tenemos en la cabeza. Son murmullos singulares. Se componen de todo lo que nos conforma: los lenguajes que nos atravesaron, las voces que escuchamos, las lecturas que hicimos, las escansiones: esos lugares donde nos hemos detenido. De esa particular combinatoria surge lo que podemos escribir. Y, en general, nunca es lo que queremos escribir, sino, apenas, lo que podemos. En ese sentido, la escritura es un territorio de pura batalla: una pelea constante con cada palabra. Y no tanto por lo que cada palabra nos permite decir, sino por lo que nos quita, por lo que nos niega. Por eso creo que la escritura es, ante todo, una disposición al fracaso. Cuando nos sentamos a escribir, tenemos que conformarnos con lo que esa combinatoria de murmullos, de la que somos esclavos, nos permite decir.
• ¿Cuáles son tus escritorxs referentes o que te inspiran? ¿A qué escritoras/escritores contemporáneos recomendas?
Tuve distintas etapas de lectura. En cada etapa, hubo alguna escritura que me deslumbró. En general, no me convoca demasiado la trama de un texto. Suelo detenerme más en la gramática de lo que leo. Siento una profunda gratitud cuando encuentro una feliz combinatoria de dos o más palabras, o una manera novedosa de nombrar algo. Esa suerte de hallazgo, a nivel del lenguaje, me produce una fascinación de que la que no logro sustraerme. Me quedo perpleja, releyendo esa frase, subrayándola, pronunciándola, como si el mundo entero se hubiese refundado en esa construcción. Por suerte, tuve la dicha de que esa felicidad me ocurriera en varios períodos, con diferentes lecturas. Por ejemplo, cuando leí el Manual de inquisidores, de António Lobo Antúnes, y tuve que buscar todos sus otros libros, los que pude, los que iba consiguiendo, porque no podía parar de leerlo. O como cuando leí Barra siniestra, de Nabokov, y terminé estampando el libro contra de la pared del hotel donde estaba, porque no podía creer lo que había hecho ese hombre sobre el final de ese libro. Faltaban pocas páginas para terminarlo y lo odié. Me negaba a seguir leyendo. Pero, finalmente, me paré, recogí el libro y acepté leer lo que faltaba. Cuando lo terminé, sentí una profunda envidia y una profunda gratitud. Me quedé abrazada al libro, un rato largo, ya de noche, en ese hotel. De cualquier manera, debo decir que me cuesta hablar de mis deslumbramientos con la literatura porque entiendo que la lectura es un encuentro gozoso entre un texto y su lector. Y creo que ese encuentro es profundamente singular: cada quién tiene sus propias búsquedas y elige con quién establece sus diálogos. Por otro lado, también me cuesta porque las listas son arbitrarias y algo amnésicas: suelen olvidar lo esencial. De todas formas, puedo decir que, en distintos momentos y por distintas razones, fui feliz con Borges, con Bolaño, con Saer, con Onetti, con Rulfo, con Pessoa, con Lispector, con Yourcenar, con Vila-Matas, con Foster Wallace, con Stasnislaw Lem, con De Quincey, con Macedonio, con Quignard, con Chico Buarque, con Marcelo Cohen, con Sara Gallardo, con Ariana Harwicz, con Ana Arzoumanian, con Yamila Bêgné, con Gabriela Cabezón Cámara, con Bruno Ribeiro, con Paula Tomassoni, con Marcelo Rubio, con Sergio Bizzio, con María Gainza, con Roque Larraquy, con Alejandra Kamiya, con Florencia del Campo, con Valeria Correa Fiz, con Mariana Sández, con Beatriz Vignoli, y así podría seguir, largamente, con mis noches de felicidad.
• Tu primera novela la publicaste con una editorial independiente, Metalucida, después vino el salto a TusQuets, ¿Cuál crees que es el rol de las editoriales independientes en el contexto actual? ¿Qué representan para lxs escritorxs que recién empiezan?
Las editoriales independientes nos permiten encontrarnos con muchas voces nuevas, y también voces rescatadas, absolutamente valiosas. Son lecturas a las que no llegaríamos de otro modo. Para mí, como lectora, es una especie de oxígeno, un aire que agradezco infinitamente. Y, en este sentido, hay que decir que son momentos difíciles para las editoriales y lo son aún más para las pequeñas. Deberían contar con todo el apoyo del mundo. Son absolutamente imprescindibles.
• ¿Cómo surgen las historias? ¿En qué te inspiras para empezar un texto?
En mi caso, la escritura suele surgir de algo que me interpela y que persiste, que queda ahí, reverberante, molestándome, hasta que, finalmente, no me queda más remedio que sentarme a escribir, a ver de qué se trata. Creo que, en este sentido, muchas veces, la escritura cumple una función de exorcismo. A veces creo que es un mero juego con los fantasmas de una, que tienen ese don de la persistencia. Sentarse a escribir, a veces, es como abrirles la ventana, invitarlos a pasar, convidarles un café y ponerse a dialogar con ellos. En cuanto a la inspiración, no creo en la inspiración en el sentido romántico de las Musas, pero sí creo, con Barthes, que hay un “inspirarse en”. Y esa fuente es, sin dudas, la lectura. Barthes decía que hay una relación nupcial, de procreación, entre lectura y escritura. Estoy totalmente de acuerdo con esa afirmación: no hay escritura sin lectura.
• Juego de recomendaciones:
Un libro de no ficción: Sobre lo anterior, de Pascal Quignard.
Un libro que te haga llorar: Me cuesta mucho recordarme llorando con un libro en la mano. Hago memoria; la exprimo. Llego a mis diez años: estaba en mi cuarto, en Brasil. El libro era Oliver Twist, de Dickens.
Un libro que te hizo reflexionar sobre alguna problemática actual: Tal vez,
Vigilar y castigar. Aunque ahora se queda corto.
Un libro de cuentos: El llano en llamas.
Un libro que te haga feliz: Manual de inquisidores, de António Lobo Antúnes.
«Mariana Travacio (Argentina, 1967). Nació en Rosario, pasó su infancia en Brasil y actualmente reside en Buenos Aires. Es Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires donde se desempeñó como docente de la Cátedra de Psicología Forense. Es Magister en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y traductora de francés y portugués. Sus cuentos han recibido numerosos premios nacionales e internacionales y han sido publicados en revistas y antologías de Argentina, Uruguay, Brasil, Cuba, España y Estados Unidos. Es autora de los libros de relatos «Cotidiano» (2015) y «Cenizas de Carnaval» (2018) y de la novela Como si existiese el perdón (2016, Las afueras, 2020).» Pequeña bio por editorial Las Afueras
Estamos infinitamente agradecidas de poder entrevistar a las autoras que admiramos y nos inspiran con sus grandes historias. Sobre todo nos emociona poder compartir nuestra pasión por sus libros con otras personas que las admiran tanto como nosotras. Mariana es una de ellas y nos ha dado un ratito de su tiempo para compartir sus experiencias como lectora y escritora. Muchas gracias por ser parte de nuestro proyecto y regalarnos casi un pequeño cuento en cada una de tus respuestas. Les dejamos información sobre los dos libros publicados de esta gran escritora argentina para animarse a conocerla o encontrarse con otra de sus historias.

Editorial Metalucida- Argentina:

Editorial Las Afueras- España:

https://www.planetadelibros.com.ar/libro-cenizas-de-carnaval/265159
http://www.baltasaraeditora.com
Cotidiano